domingo, 15 de julio de 2012

El Huerto


Para Ricardo soñar bajo los arboles de su huerto se había convertido en una costumbre de lo mas placentera, llevaba años asiéndolo, tal vez desde que era apenas un niño. En aquel entonces los arboles eran mas pequeños y su sombra menos confortante, mas sin embargo el calor y el cansancio de trabajar por horas le obligaban a dormir en cualquier lado a cualquier hora, sin que el sol que alcanzaba a escaparse entre los follajes, resultara un impedimento para poder sentir al menos en su mundo de sueños, lo que seria de él, si tuviera un poco mas de energía en su cuerpo, como para correr durante horas entra la maleza y saltar a los precipicios, para después volar y perderse en el cielo como una águila asiendo guardia entre las nubes.

Podía imaginarse saltar en picada entre las cascadas de la sierra y zambullirse en el agua azulada, podía sentir la presión en sus oídos, y el sonido explosivo de sumergirse, sentía perfectamente el agua en todo su cuerpo mientras guardaba la respiración, quedando totalmente quieto en el fondo, mientras lo único que podía escuchar era el zumbido de las corrientes que asían correr el agua asta el mar.

En verano, cuando el cielo se nublaba y el viento silbaba entre el huerto, sus sueños eran diferentes, él se veía en Grecia al comienzo de una batalla. Se acercaba a los matorrales, y con nerviosismo tocaba con su palma el pasto, después miraba al horizonte y veía una planicie repleta de soldados a pie y a caballo, con largas lanzas de más de 3 metros, que llevando en su punta banderas de guerra, de todos los colores.

Miraba asía el frente y entonces se encontraba al ejercito enemigo. Aun más numeroso, que los suyos, llevaban como única defensa unas túnicas muy largas que les cubrían desde el cuello asta los pies.

Eran miles, y a diferencia de sus compañeros, ellos no parecían tener el más mínimo nerviosismo, estaban quietos y su semblante se podía notar el odio y las ganas de luchar.

Entonces despertaba. Las primeras gotas comenzaban a mojar su cara; como podía corría asta su casa, y al no saber escribir se limitaba a platicarle la historia a Lucas, su perro. Lucas no entendía ni una palabra, pero para Ricardo, con tan solo saber que le escuchaba, le era suficiente para quedar tranquilo a sabiendas de que sus sueños no se perdieran, quedando disueltos en la lluvia.