Para Ricardo soñar bajo los arboles de su huerto se había
convertido en una costumbre de lo mas placentera, llevaba años asiéndolo, tal
vez desde que era apenas un niño. En aquel entonces los arboles eran mas
pequeños y su sombra menos confortante, mas sin embargo el calor y el
cansancio de trabajar por horas le obligaban a dormir en cualquier lado a
cualquier hora, sin que el sol que alcanzaba a escaparse entre los follajes,
resultara un impedimento para poder sentir al menos en su mundo de sueños, lo
que seria de él, si tuviera un poco mas de energía en su cuerpo, como para
correr durante horas entra la maleza y saltar a los precipicios, para después volar
y perderse en el cielo como una águila asiendo guardia entre las nubes.
Podía imaginarse saltar en picada entre las cascadas de la sierra
y zambullirse en el agua azulada, podía sentir la presión en sus oídos, y el
sonido explosivo de sumergirse, sentía perfectamente el agua en todo su cuerpo
mientras guardaba la respiración, quedando totalmente quieto en el fondo,
mientras lo único que podía escuchar era el zumbido de las corrientes que asían
correr el agua asta el mar.
En verano, cuando el cielo se nublaba y el viento silbaba
entre el huerto, sus sueños eran diferentes, él se veía en Grecia al comienzo
de una batalla. Se acercaba a los matorrales, y con nerviosismo tocaba con su palma
el pasto, después miraba al horizonte y veía una planicie repleta de soldados a
pie y a caballo, con largas lanzas de más de 3 metros, que llevando en su punta
banderas de guerra, de todos los colores.
Miraba asía el frente y entonces se encontraba al ejercito
enemigo. Aun más numeroso, que los suyos, llevaban como única defensa unas túnicas
muy largas que les cubrían desde el cuello asta los pies.
Eran miles, y a diferencia de sus compañeros, ellos no parecían
tener el más mínimo nerviosismo, estaban quietos y su semblante se podía notar
el odio y las ganas de luchar.
Entonces despertaba. Las primeras gotas comenzaban a mojar
su cara; como podía corría asta su casa, y al no saber escribir se limitaba a
platicarle la historia a Lucas, su perro. Lucas no entendía ni una palabra,
pero para Ricardo, con tan solo saber que le escuchaba, le era suficiente para
quedar tranquilo a sabiendas de que sus sueños no se perdieran, quedando
disueltos en la lluvia.