Recuerdo que, en el 2017, cuando estaba haciendo mi
residencia y mi tesis en el Tecnológico de Tepic, me sentía un poco como un anciano,
al menos sentía que daba esa impresión y me apenaba, llevaba más de un año que
se suponía tenía que haberme graduado, no era para tanto, pero apenas y conocía
amigos estudiantes, casi mis únicos conocidos eran los profesores a quienes
saludaba con mucho respeto. Veía a los demás chicos sufriendo en la biblioteca,
por las materias en las cuales yo también sufrí, y veía eso como algo lejano,
muy lejano, desde luego que había cierta frustración en no dar lo que mis
expectativas me exigían.
Y en las tardes de ese año, me dio por escuchar el
soundtrack de paper tawns, película que había visto en el 2015, eso me parecía
también algo muy, muy atrás, y no era tanto tiempo en realidad también, pero es
que en aquel entonces estaba conmigo, la novia que más ame. Y escuchar esa
música, me hacía sentir de nuevo fresco, de nuevo joven; tenía solo 24 años,
sentía un poco de esa falsa sensación de vejes prematura, y escuchar esa música
me hacía recordar que tenía 22.
En la tarde de ayer, volví a escuchar el soundtrack de paper
tawns, que desde luego que no lo disfrute como quería, pues estoy aquí
trabajando en el camper de la empresa constructora donde me enliste, cual nuevo
recluta que es enviado al frente de batalla. En medio de la selva, con cientos
de máquinas ruidosas pasando en frente. Aun así, encuentro momentos, en los que
la puerta está cerrada y nadie está hablando, y puedo escuchar un poco de
música, y recordar estar en el presente.
Recuerdo de esa película las canciones, las escenas, la
lucha apasionada del protagonista, los momentos de comedia inocente. Y mi mano
sujetando la mano de Ana, mientras reíamos entre escena y escena en el cine, y
caminar entre los pasillos, contentos sintiendo lo relajado que era ese momento
tan especial. Nos encontramos a Diana y un amigo suyo, habíamos escogido por
casualidad la misma película, y sus asientos estaban justo atrás de los
nuestros, recuerdo que a ratos le contaba algún chiste discreto, para hacerle reír,
y ella reía, tan dulce tan inocente, solo su alegría me volvía feliz, me hacía
sentir realizado, conforme, contento en el lugar donde estaba.
Ahora es 2022, tengo 29, y mi realidad es muy diferente.
No hay maestría en el extranjero, ni patentes publicadas, y
mi cuaderno lleno de mis descubrimientos en neuropsicología, aún está a la
espera de ser abierto de nuevo, para corregirlos y mejorarlos con mentes que lo
entiendan, mentes que están lejos muy lejos; a veces hablo con libertarios en Sudamérica,
y me hacen sentir menos solo, aun no me atrevo a contarles lo que se. Pero
ahora no me atrevo a ir a buscarlos, una vez se lo planteé a Sofia la directora
de una revista de divulgación libertaria, no recibí respuesta, la verdad es que
aún no me atrevo.
Hace un momento estaba viendo ofertas de trabajo en Canadá,
si he de destruir tanto mi juventud en el trabajo, por lo menos quiero tener un
mejor sueldo y quizás ahorrar y atreverme de nuevo a pensar en esos planes tan
grandes que desarrolle tan detenidamente cuando tenía 24.
Me duermo pensando en mi cifra en el banco, pensando cuanto
me falta. Y no siento sea algo materialista, no una de esas conductas
materialistas insanas que conocemos tanto; porque lo que quiero lograr con ese
dinero, no es más materia para mis manos, si no más momentos de paz, en los que
no tenga nada, o casi nada en mi posesión, solo mas momentos de paz, más
momentos de silencio y mañanas tranquilas en las que pueda dormir hasta
cansarme, y leer mientras la luz que entra por la ventana sigue la melodía de
las ramas de los árboles afuera. Y tener con quien compartir esa paz, y sentir
la paz, y seguir caminando a ese rumbo. Tranquilo, leyendo, meditando, sin
ansiar, sin desear, solo aquí, solo ahora.